2013

Nació en Catamarca y estudió diseño industrial en Córdoba, pero desde hace años vive y trabaja en Buenos Aires. Con una estética depurada, desarrolla mobiliarios, objetos de iluminación y todo tipo de productos. Según dice, su tarea es ser el psicólogo de los materiales que utiliza.


C

ristián Mohaded (Recreo, Catamarca, 1980) se acaba de mudar a su nuevo estudio en el barrio de Caballito. El lugar está casi vacío. Sobre una pizarra de corcho cuelgan dibujos y fotografías. Algunos de sus objetos le dan color a la habitación: una silla fuera de escala, un banquito hecho con retazos de madera, una lámpara negra, un lapicero sobre la mesa y algunas cosas más sobre un estante. Mohaded trabaja solo, pero por estos días lo acompaña una estudiante francesa, de intercambio, que quiso tener la experiencia de trabajar con un diseñador argentino. No faltan un perro y un gato que, cada tanto, husmean lo que hacemos.
Para Mohaded, la decisión de convertirse en diseñador industrial no fue fácil. Quería estudiar Bellas Artes, pero desalentado por su familia ingresó en Ingeniería Química. Cuando finalmente la abandonó por Arquitectura, durante el curso de ingreso, descubrió la carrera de Diseño Industrial. “Tenía mucho que ver con el dibujo y ese fue mi chip. Hasta el segundo año de cursada estaba un poco perdido y sentía que eso tampoco era lo mío. Fue con un profesor de tercer año que encontré conceptos, metodologías y formas muy distintas de explorar la cabeza”, cuenta.
Después de sus estudios en la Universidad Nacional de Arquitectura de Córdoba (FAUDI), se instaló en Buenos Aires en 2008 para trabajar de forma dependiente en la empresa Solantu, dedicada al desarrollo de objetos en madera. “Ahí hice muchos contactos, hasta que sentí que había alcanzado mi límite y decidí irme. Siempre me propongo más cosas. No me estanco y estoy todo el tiempo buscando. Hace poco me puse en contacto con ellos otra vez y les propuse un proyecto en el que estamos trabajando en este momento”, explica Mohaded.
Al mismo tiempo que desarrollaba productos para otras empresas nacionales, Mohaded se convirtió en una especie de socio en la marca La Feliz, hasta noviembre del año pasado. Mohaded asegura que la marca lo estaba consumiendo, que necesitaba abrirse un poco y explorar otras cosas. Dicen que cuando una puerta se cierra, otra se abre. Y esta fue una puerta grande: la de la galería francesa Bensimon. “Esta galería se caracteriza por posicionar al diseñador dentro de un ámbito más artístico, con piezas exclusivas. Me fui preparado para hacer ‘meetings’ con otras empresas. Todos los días actualizaba mi portfolio según las devoluciones que veía. Una cosa llevó a otra y todas las posibilidades de trabajo en Europa me llegaron por la galería”, recuerda.
Pero no solo las marcas internacionales como Habitat y La Redoute cuentan con diseños de su autoría, sino también marcas nacionales como Voila BA e Imdi Iluminación. En los últimos años, Mohaded expuso sus trabajos en Alemania, Italia, Francia, Londres, Estados Unidos, Brasil y Uruguay, entre otros países. También realizó instalaciones para Casa FOA y para la galería Monoambiente, y ediciones limitadas de sus productos para el Malba. ¿Por qué es un referente del diseño argentino? Él asegura que busca salirse de lo común, correrse de lo conocido.

¿Qué te apasiona del diseño? 
Me gusta ponerme a dibujar y que en el momento menos pensado surja una idea. Ahí encuentro la felicidad y una energía nueva. Cada proyecto me hace sentir una adrenalina distinta. A veces sufrís con la adrenalina, pero es lo que me gusta.

¿Cuál es el disparador de esa idea? 
Mi cabeza va a mil. Muchas veces aparece un gesto en un papel, otras veces puede surgir de imágenes o de elementos de la naturaleza. Pero, por lo general, me inspira el material. Uno de mis proyectos, Cosa, surgió de ver un atado de escobas patas para arriba en un supermercado chino. Me gustaba la imagen de lo que representaba ese pelo. Así empecé a investigar la técnica e hice un espejo, dos lámparas y otros objetos con pelos.

¿Tenés algún material fetiche? 
En realidad, no puedo trabajar por años con el mismo material. En la facultad, uno de mis primeros trabajos fue un banco con retazos de distintas variantes de maderas de carpintería. La madera era lo más accesible y más fácil de modelar, pero después empecé a investigar otros materiales. La cerámica es el que menos me apasiona, porque no termino de entenderla. Me gustan los materiales naturales que comuniquen calidez, y hacer un mix entre un material natural y otro sintético. Hace poco quedé como finalista en un concurso para diseñar una estatuilla para un premio. Sería la primera vez que trabajaría con un material al que nunca me animé: mármol. No tengo miedo, es cuestión de investigarlo, analizarlo y hacerle de psicólogo.

¿Cómo sería eso? 
Cada material tiene su comportamiento y los productos deben revalorizarlo. En Córdoba di una charla que se llamaba Con identidad material y era una especie de libro de psicología del material. Separé cada proyecto desde la simplicidad material, la sensibilidad material, la unidad material, la sinergia material y el entendimiento y el análisis. Mi paciente es el material: hay que entenderlo, saber escuchar lo que le pasa, lo que quiere y lo que no, buscar sus fortalezas, reconocer sus defectos y hacer-los fuertes para que sean parte del producto.

¿Tenés un estilo o ciertos rasgos que se re-piten en tus objetos? 
No me detengo a observarme, pero creo que ciertas cosas van marcando un camino individual que seguramente otra persona pueda ver mejor que yo. Mi estética es muy depurada y, a la vez, hay una cuestión de sensibilidad, una intención, un pensamiento y una historia detrás del objeto que creo.

Una vez dijiste que entendés al diseño como un juego. 
En el momento en que hay que poner un número o que tengo una reunión, es algo serio, pero al momento de diseñar lo pienso desde el juego, como una diversión. Es un juego porque me distiende, me alimenta a hacer otras cosas y me lleva a experimentar. Quizá por eso mis productos generan cercanía y afinidad en las personas.

Pero también hablás de una visión crítica de la realidad. ¿Cómo se plasma eso en un diseño? 
Se trata de entender un poco el contexto. Más allá de hacer un objeto, hay que entender dónde estás trabajando. Hay muchos factores que hacen que un producto sea lo que es: los re-cursos económicos y las limitaciones tecnológicas, por ejemplo. El diseñador argentino, al momento de armar una marca o un producto, piensa en lo que está a su alcance. Acá tenemos una bajada más real al momento de diseñar, sacamos recursos de donde sea, escarbamos y exploramos. No tenemos tanta libertad, pero es una cuestión de balance entre lo que queremos y lo que podemos hacer.

¿Es sólo una cuestión de recursos? 
No. El diseñador argentino, generalmente, es contratado para desarrollar una marca, en vez de proponerle a la marca un proyecto propio. En ese lugar es donde estoy tratando de parar-me. Quiero que mi estudio o mi nombre como diseñador sean una marca, pero es difícil que las empresas entiendan que podés aportarles algo diferente. Si no hay empresas que te escuchen, la única manera de diseñar es crear tu propia marca.

¿Por qué creés que no se logra ese cambio de pensamiento? 
Por inversión y por una cuestión cultural. En Argentina todavía no se entiende el diseño. La gente no quiere pagar para que alguien le di-buje algo. En cambio, en Milán, por ejemplo, el diseño les salvó la vida. Es su base económica e invierten en eso.



Entonces, ¿existe el diseño argentino? 
No creo que haya un rasgo fuerte que identifique al diseño argentino. Ni siquiera al diseño latinoamericano, como sucede con el diseño escandinavo o el japonés. Todavía no existe ese común denominador, no hay algo, una misma lógica que se repita. Además, con los avances tecnológicos se accede a cosas distintas todos los días, y se hace cada vez más difícil poner una etiqueta. De todas formas, yo prefiero saber que puedo diseñar para cualquier marca internacional y que tengo una estética y una forma de trabajo abierta a otras posibilidades.

¿Cuál es la función del diseño en la sociedad? 
Hay mucho diseño que brinda aportes a la medicina o la agricultura, es decir a las innovaciones tecnológicas. Pero mi diseño tiene que ver con comunicar: cada producto que está en tu casa cuenta una historia, desde cómo se hizo hasta qué técnica se usó. El trabajo del diseñador es como el de un pintor que quiso contar algo trazando líneas sobre un lienzo.

¿Pesa más lo racional o lo sensorial? 
Ambos. En mi caso, lo racional aparece en el momento de pensar una forma. Siento que comunico mucho más desde la simpleza en lo formal. La máxima síntesis que logré fue cuan-do imaginé dos lamparitas colgando a la misma altura desde un techo, sobre una mesa larga que no alcanzaban a iluminar por completo. Agarré un palo de escoba y le puse dos lámparas en los extremos. El palo es un separador y, al mismo tiempo, es la lámpara.

Hoy en día, ¿el usuario busca la funcionalidad o la estética en un producto? 
Hoy los productos tienen mucho color, brillito, solcito, corazoncito. Yo no me siento reflejado con un producto de ese estilo. Tampoco trato de resolverle un problema a nadie, sino que la función del objeto genere una sensación o un placer al tenerlo en tu casa. Creo que se puede comunicar desde otro lado y con otros recursos; y un producto puede ser “friendly” sin tener corazones.

¿Lo otro no es diseño? 
Hay un desgaste de la palabra diseño y la gen-te la usa para lo que quiere. Si ves un local que dice “cuadros de diseño”, seguramente encuentres una foto de los Beatles que ni siquiera fue tomada por la persona que la vende. Ellos no diseñaron nada, pero la gente no lo entiende o no lo ve de esa manera. También hay muchos casos de copias, algo típicamente argentino. Por eso no se apuesta en el diseño, porque en vez de hacer algo nuevo, se puede copiar.



¿Te copiaron alguna vez? 
Sí, dos arquitectos me copiaron una biblioteca plegable. Me dijeron que tuvieron la misma idea. También hay una falla desde el lado administrativo, porque es muy difícil reclamar un plagio, excepto que registres el producto como una obra de arte.

¿Existe un límite que separe al objeto de diseño del objeto de arte?
En realidad, es uno mismo el que lo posiciona donde quiere. Hoy hay mucha fusión y el pro-ducto pasa a ser arte. Hace un tiempo hice una versión de una silla diseñada por Ricardo Blanco. Fue una serie limitada para una galería de París y para el Malba. No es una silla cómoda para sentarse. El que la compre no lo hará por ese motivo, sino por lo que la silla pueda significar o lo que pueda transmitirle.

Y con el diseño sustentable, ¿también hay una moda? 
Sí, muchos diseñadores lo toman porque es una moda y hablan de sustentabilidad, pero no son sustentables. Por ejemplo, hacen un mix con un material reciclado y uno tóxico que dura miles de años en el planeta. ¿Y para qué queremos eso? Ahora los productos son más efímeros, por una cuestión de tendencia o de estilo de vida. La gente ya no se apropia tanto del producto.

¿Comprás objetos de diseño? 
Me gusta rodearme de cosas cuando estoy trabajando para rememorar situaciones o pro-porciones y despertar los sentidos, pero no en casa. Ahí me despojo. Ni siquiera tengo creaciones mías.

Si pudieras, ¿a qué época del diseño te gustaría volver? 
¡A la Bauhaus, de una! Por el racionalismo, el cuidado de las formas, las proporciones, cómo se vinculan las partes. Ahí nació el diseño. Son clásicos modernos y van a seguir siéndolo.

Y ahora, ¿qué diseñadores te gustan? 
Me interesa el trabajo que hacen los hermanos Campana (de Brasil), porque revisan el mate-rial desde sus cualidades. También me interesa la cuestión estética más depurada de los hermanos Bouroullec (de Francia). De nuestro país, me gusta Federico Churba, porque tiene productos de gran calidad y muy buen ojo para la proporción, el color y el material.

¿Qué cambios experimentó tu trabajo en es-tos años de carrera? 
Estoy feliz con mi evolución en el trabajo, pero hay muchas cosas que no volvería a hacer. Una vez hice unos servilleteros con cara de fantasmas y ya no me siento reflejado en eso. Me comprometo desde otro lugar. Los concursos fueron un buen “training”. Me ayudaron a que la gente conozca mi trabajo, a descubrir lo que quería hacer y a poder responder a mí mismo y no a una empresa. Por supuesto, me puedo seguir equivocando, pero creo que estoy toca-do por la varita mágica porque hago lo que me gusta. No podría hacer otra cosa.