2013

NACIDO EN ROSARIO, LLEVA CASI TRES DÉCADAS TRABAJANDO COMO DIBUJANTE DE HISTORIETAS. ESTE AÑO DEBUTÓ COMO DIRECTOR CON EL CORTO NI UNA SOLA PALABRA DE AMOR, QUE RECORRIÓALGUNOS FESTIVALES INTERNACIONALES Y, EN POCOS DÍAS, FUE VISTO POR CIENTOS DE MILES DE PERSONAS EN INTERNET. “TODO LO QUE PODÍA HACER EN GRÁFICA, YA LO HICE. CREO QUE AHORA TENGO QUE IR HACIA OTROS LUGARES”, DICE.



"Cuando me preguntaban qué quería ser cuando fuera grande, siempre respondía: Dibujante de historietas”. Tan claro lo tenía desde chico Javier Rodríguez –más conocido como “El Niño” Rodríguez–, que el año que viene cumplirá 30 años trabajando en gráfica.
Empezó a publicar sus dibujos a los quince años en su ciudad natal, Rosario. Después hizo la Licenciatura en Bellas Artes, hasta que en el ‘94 se instaló en Buenos Aires. “Siempre quise laburar en medios, así que empecé a golpear puertas. Arranqué por diarios y revistas, pero enseguida pasé a hacer publicidad”, cuenta. A partir de ahí, su recorrido laboral fue de lo más variado: hizo humor gráfico, historietas en diarios y revistas, ilustración, publicidad y animación. Hizo personajes, packagings, vía pública, libros. Trabajó para marcas como Coca-Cola, Bazooka, MTV, Cadbury, Telefé o Nickelodeon.
Hasta que un día, cansado de la soledad del dibujante y aburrido de hacer siempre lo mismo, se propuso un nuevo desafío: filmar un corto. El material que disparó su idea fue un audio que encontró en la web, donde una tal María Teresa le dejaba mensajes a un tal Enrique. A su vez, alguien había encontrado esa grabación en un contestador viejo que estaba a la venta en el Mercado de las Pulgas. En ese audio, que estuvo colgado en internet durante cuatro años, desapercibido, El Niño supo ver una oportunidad, y su corto, Ni una sola palabra de amor, ganó premios en distintos festivales y pronto se transformó en un viral cibernético.
El corto se filmó en diez días y, luego de una recorrida por festivales, se subió a las redes sociales: Vimeo, YouTube y Facebook. “Cada día lo veía más gente y enseguida lo empezaron a recomendar. A la semana ya teníamos un viral. Fue raro, porque no es tan corto, hay que dedicarle un rato, sentarse y mirarlo. A la semana siguiente empezó a ser noticia en los medios y gracias a esa difusión sucedió algo impensado: aparecieron los protagonistas de la historia, Enrique y María Teresa”, dice El Niño. “Lo que me alegra es que todos los que en su momento me dieron una mano, ganaron algo. Para mí era un compromiso moral que al corto le fuera lo mejor posible para que, de alguna manera, todos se sintieran retribuidos”, asegura. Enseguida, agrega que le gustaría seguir por ese camino: ahora, El Niño –el mismo niño que cumplió su sueño de ser dibujante– apuesta a convertirse en director audiovisual.

Cuando encontraste el audio de María Teresa, ¿pensaste enseguida en hacer un corto? 
Tengo muchos amigos que laburan en cine y, por esa cercanía, me empezó a gustar ese mundo. Estaba tirando ideas para hacer cortos cuando apareció esto. Siempre tuve en mente hacer un corto de cine para presentar en festivales.

¿Por qué creés que se transformó en un viral? 
Creo que en este proceso aprendí más de viralización que de cine. Me atrevo a decir que sería muy raro “pensar” un viral. Algo que ayuda mucho a la difusión es que el contenido deje de ser contenido y se convierta en formato, porque todo el mundo juega con eso. La gente lo toma y lo transforma. La obra es de todos y no puedo pretender controlarla. Ahora María Teresa ya es un genérico, ¡hasta Bianchi hizo un chiste con ella! Por otro lado, hablar de un tema universal como el amor –o la ausencia de amor– también ayudó mucho.

El corto también llegó a Brasil, Chile y otros países
Sí, tuvo éxito en los lugares donde podían en-tender el código. No sé si hubiera funcionado en Estados Unidos, por ejemplo. Un código es una especie de idioma: cuando uno lo crea, tiene que hacerlo de tal manera que el otro lo entienda. Una cosa es una obra con un código y otra es una obra codificada. Por ejemplo, Lost era una obra que había que decodificar: nos dio bronca que al final de los códigos no hubiera nada.

¿Cómo funcionó el juego entre realidad y ficción en el corto?
La mezcla de realidad y ficción fue otro de los motivos por los cuales se viralizó el corto. Al principio, mucha gente no creía que fuera ver-dad. Hoy en día se producen miles de fotos y videos por segundo. El mundo está cargado de historias registradas y no hay forma de que eso no empiece a impactar en lo audiovisual. Hay mucho contenido que tiende hacia ahí de manera casi inevitable y ese horizonte es lo que me entusiasma.

¿Cuál fue tu mayor desafío a la hora de hacer el corto?
Conceptualmente, el trabajo como director no es diferente del que hacía antes: se trata de resolver visualmente una historia. Lo más importante es ser sintético y limpiar lo que sobra. Si a esta altura del partido no aprendí a soltar, estaría en graves problemas.



Ni una palabra de amor

Imagen, idea, relato, ¿qué aparece primero? 
En realidad, cae todo junto. Quizá no tenés la idea en un sentido visual, pero sí en lo conceptual: esto va a ser fuerte, intenso, etcétera. La historieta me parece pariente del cine porque también se trata de contar una historia. Hay muchos directores que fueron excelentes dibujantes, como [Federico] Fellini o [Alfred] Hitchcock, que dibujaba sus películas enteras antes de filmarlas. Es pensar en imágenes.

¿En qué te inspiras para armar los guiones?
En algo que tengo ganas de decir o de contar. Trabajo mucho con personajes y ellos me sir-ven para decir ciertas cosas. En el caso de María Teresa, también hago hablar a un personaje. Lo más impactante de ese audio es que te define perfectamente al personaje, por eso la gente puede tomarlo y hacer chistes. Si al director o al espectador no le interesa el personaje, ¿por qué le va a interesar lo que le pasa?

¿Y cómo se logra eso?
Ahí entran en juego las estrategias del relato: cómo lo contás, cómo lo diseñás, cuáles son sus problemas. Tiene que generar empatía, rechazo, curiosidad u odio; pero tiene que generar algo.

Entre los personajes más importantes de tus historietas hay un conejo. ¿Por qué lo elegiste para hablar de actualidad?
El conejo surgió buscando un personaje para hacer en la calle. Un tiempo después se lanzó el diario Crítica y fue muy natural que el conejo pasara a estar en una tira con otros personajes que ya tenía. Muchos de mis personajes se conocen entre sí y me gusta que se crucen todo el tiempo. Eso me da ideas para armar los guiones. Además, la reacción que uno tiene frente al otro te define a los dos personajes. El conejo es el que le habla al público, es más irónico y más peleador. Ahí meto mis cosas más patoteras.

O sea que tus personajes tienen cosas tuyas… 
Para mí no es posible hacer un personaje ni una obra sin poner algo tuyo. Todos tienen algo mío, hasta María Teresa. Tampoco hay forma de hacer algo que no esté en tu época. Mad Men, por ejemplo, habla de los ‘60, pero está contada con una sensibilidad actual.

Todos esos personajes aparecen en tu segundo libro de Lucha Peluche, que está por salir a la calle.
Sí, serán cuatro o cinco libros, con material ya publicado y otras cosas nuevas. Lucha Peluche salió durante dos años en el diario y, de a poco, se está publicando todo por Ediciones de la Flor. La tira es un proyecto que sigue.

¿Cuál fue el trabajo más raro que hiciste?
De 1996 al 2000, hice los chistes de Bazooka. Fue muy loco, porque incluía los horóscopos. Había que hacer ochenta chistes de un saque, porque se imprimían una vez por año. En esa época querían cambiar los chistes, porque los chicos los tiraban. Al año de hacerlos, los chistes ya no estaban en el envoltorio del chicle ni en el piso, o sea que los chicos los guardaban. Es lo que veníamos hablando: había que generar interés en el público. Todos los que hacemos algo, estamos luchando por los ojos y el tiempo de los demás...

¿El ego tiene mucho peso en ese sentido?
Eso pasa cuando recién arrancás. No es que ahora no tenga ego, pero el “quiero que me vean” se convirtió en “quiero que vean mi trabajo”. Uno labura mucho, pone todo de sí y quiere que eso dé resultados.

Pero hiciste unas obras con tu cara…
Sí, hay un concepto que armé hace diez años y lo llamé “Yo, logo”. Tenía un tema con mi exposición pública y lo convertí en obra. Es mi cara, pero resuelta como un logotipo. Con eso intervenía otros logos de marcas. Buscaba desafiarlos: si vos ponés tu logo en mi cara, yo te pongo el mío. Una vez puse una cara mía gigante en un shopping de Rosario, en la Semana del Arte. La gente preguntaba si estaban vendiendo remeras y una cámara filmaba sus reacciones. Era todo muy gracioso.




¿Hay algún medio que te ponga más límites? 
Cada uno tiene sus reglas, pero no lo pienso en términos de libertad. Cuando tenés ganas de decir o hacer algo, por un lado o por otro lo terminás haciendo. No creo en eso de “no dejan que me exprese”. Hoy en día, todos tienen herramientas al alcance de la mano. Prefiero aprender haciendo y meter la pata, a esperar para hacer algo. Así se te va la vida.

¿Haciendo humor político tampoco hay algo de censura?
Me metí a hacer humor político en Clarín sólo porque hago lo que quiero. Mientras haga el chiste que a mí me gusta, me da lo mismo dónde salga. El día que no les guste lo que hago, me voy. No estoy atado a nada. Además, de todos los lugares en los que trabajé, los diarios son de los más interesantes. Su inmediatez te saca los vicios, te hace ser más sintético y te enseña a resolver. Es una gran escuela laburar en muchos lugares diferentes. La vida es muy corta para repetirse.

¿No resulta más complicado hacer humor político? 
Para mí, no. Yo estoy tan en desacuerdo con este gobierno como con cualquier otro. Mi bisabuelo era anarquista y eso lo heredé de él. El enemigo es el gobierno. Soy un gran consumidor de información; parte de lo que consumo es política y me encanta hacer caricaturas. Además, todos los días se cae un paradigma de años. ¡Hay un Papa argentino! De ahí en adelante, todo es un delirio.

Hacés muchas cosas, pero ¿vos cómo te definís? 
Soy un artista pop. Pop porque me interesa el tipo de comunicación que tenés que establecer para llegar a lo masivo. Creo que tiene que ver con esa cuestión de sintetizar, limpiar y tener claro el concepto. Me considero un productor visual. Quiero seguir contando cosas visualmente.

¿Cuál es tu motor para crear?
Lo principal es hacer algo que no hice y que no sé cómo hacer. No me quedo pegado a lo que hice: siempre quiero seguir con lo próximo. Me tiro a la pileta y no me preocupa mucho si hay agua o no. En todo caso, habrá alcohol para curarse después. Por eso quiero trabajar en un lugar que tenga esta actitud.

¿Te falta hacer algo como dibujante?
Todo lo que podía hacer en gráfica, ya lo hice. Creo que ahora tengo que ir hacia otros lugares. Una de las cosas que me gusta de empezar a hacer cine es el trabajo en equipo. El dibujante está siempre solo con su tablero. Busco cosas nuevas que me entretengan. En algún momento también quiero escribir. Me gustan mucho los escritores que piensan visualmente.

¿Te arrepentís de alguna decisión tomada? 
No hay tiempo para arrepentirse. Si hago algo mal, lo corrijo la próxima vez. Nunca miro para atrás.

Fotos: Gonzalo Corrado.