2014

UN DÍA DE SOL EN PLENO INVIERNO, UNA DE LAS ACTRICES MÁS RECONOCIDAS DE ARGENTINA RECIBIÓ A G7 EN SU CASA. LA INFANCIA, LA VEJEZ Y TODO LO QUE HAY EN EL MEDIO, EN UN ENTREVISTA ÍNTIMA CON UNA DE LAS GRANDES ARTISTAS DEL PAÍS. “SOY MUY NIÑA. CREO QUE ESO ES BUENO PARA SOBREVIVIR”, DICE.


Cuando llegamos al country, Graciela Borges ya está en la puerta de su casa, esperando como una nena ansiosa. Nos saluda desde lejos y su voz inconfundible desata en la cabeza de todos un huracán de escenas de películas. Vestida de entrecasa, con un jogging negro y una remera, avisa que compró empanadas para almorzar. Adentro hay pocos muebles. La mayoría son de madera, estilo campo, pero pintados de colores vivaces: rojo, verde, azul. Nos presenta a sus dos perros, Enzo y Clarita, que ladran durante un rato. Le preocupa que casi todas las plantas del jardín estén quemadas; insiste en que abramos la heladera si queremos algo.
Por alguna razón, uno esperaría que una de las artistas más importantes de Argentina, que se ha codeado con los mejores y a la que el mismísimo Jorge Luis Borges le prestó su apellido, tenga una actitud distante. Pero sucede todo lo contrario. Enseguida, ella te hace sentir que la conocés de toda la vida y se transforma en una de esas tías que todos querrían tener: cómplice, canchera, con mil anécdotas increíbles para contar. De hecho, una entrevista –de una hora, de dos– no alcanza. Cuenta todo con lujo de detalles. En su voz viaja un sinfín de experiencias y recuerdos.

℗ ¿Cómo fue tu infancia?
No fue la mejor del mundo, pero sobreviví. Mi padre era muy severo y no quería que fuera actriz, pero con el tiempo hicimos las paces. Mi mamá era muy creativa y viajera. Viajamos juntas por todo el país y el mundo. También le gustaban mucho los caballos y me contagió esa adoración. Cuando tenía 4 años andaba a caballo a mil y odiaba que me tuviera que llevar un paisano a upa. Quería ir sola, me parecía que era lo que yo merecía.

Ya eras brava.
Sin embargo era quedada y no me comunicaba mucho con la gente. Además, tenía la voz muy grave y las chicas se reían de mí. A los 7 años me mandaron a estudiar declamación (el arte de decir versos), porque eso ayudaba a las niñas a desinhibirse. Con el primer verso que tuve que aprender sufrí mucho, creía que si pasaba al frente me moría. Pero fue mágico: sentí que a través de las palabras de otros me comunicaba mejor con los demás. Después, me empezaron a elegir para protagonizar las obras de teatro del colegio. Un día hice de Virgen María y ¡todas las que se reían de mí tenían que estar arrodilladas, mirándome!

¿A partir de ahí te seguiste formando en actuación?
Hice teatro infantil, donde tuve de compañera a Marilina Ross, que siempre sacaba los personajes protagónicos. Con una de esas obras debuté en el Teatro Colón y me pasaron cosas muy graciosas. Primero me colgaron de un arnés cuarenta y cinco minutos porque hacía de ángel y me agarraron unos vómitos terribles. En la segunda parte de la obra, me tocó hacer de árbol y aparecían dos perros en escena. ¡Parece que fue tan buena mi interpretación que uno de los perros me hizo pis! Más tarde seguí estudiando declamación en el Conservatorio.

¿Y cuándo comienza tu carrera profesional?
En el Conservatorio, a los catorce años, me vio Hugo del Carril. Buscaba chicos para hacer de alumnos en una película protagonizada por Gilda Lousek y me eligió. Al día siguiente, le pedí a la chica que trabajaba en casa que me acompañara a lo de Hugo. Ahí me preguntó si me gustaría trabajar en una de sus películas y yo le dije que dependía del papel que me diera.

Tenías aspiraciones.
Sí, pero si te dijera que pensaba en ser actriz, sería mentira. Lo hacía como hago todas las cosas en la vida: con prolijidad. Antes de esa película no pensaba en nada de eso, y después ya no paré.

¿En ningún momento sentiste el llamado de la vocación?
Nunca, no quiero mentirte. La actuación apareció y sentí que tenía que hacerlo. Al principio no era un trabajo, sino más bien un juego y lo que me parecía que sabía hacer. Tampoco fui muy feliz haciendo todos mis films. Creo que en las últimas películas, de Pobre mariposa (1986) a esta parte, fue cuando empecé a tener conciencia de la felicidad y la emoción que causa hacer algo bien. Recién ahora comprendo que era mi destino.

¿Entonces, qué sentías antes?
Siempre hablo con China Zorrilla, que es una especie de mamá para mí, y le pregunto qué siente cuando sale al escenario. Ella me responde que es inmensamente feliz, pero yo siento miedo y nunca soy muy feliz con eso. Siempre quiero irme a mi casa. De todas formas soy una agradecida, porque conocí gente maravillosa en este mundo, que te hace circular la sangre y las ideas. Albert Camus decía que el único lujo son las relaciones humanas. Yo fui rica en eso.

¿Nunca te importaron los lujos?
No soy muy gozadora de la riqueza, soy más austera. Si me llevan a un restaurante paquete me encanta, pero si voy a una fonda donde la comida es rica y está bien hecha, me da mayor felicidad aún. Además, me divierte ir a un lugar donde hay otros compañeros, porque ahí se engrandece todo. Soy mucho más feliz con las cosas pequeñas de la vida.

¿Cuál es tu relación con la literatura?
Empecé a leer a los cuatro años. Estaba muy sola y triste porque mis padres se habían separado y una amiga de mi padre me enseñó a leer. El primer libro que leí fue David Copperfield, de Charles Dickens, y aunque no entendía todo, me alegró. De ahí en más no puedo vivir sin leer. Siempre me pregunto qué haríamos sin la lectura y sin el cine. Te abren la cabeza y te hacen ir a otros mundos. Ahora estoy leyendo los cuentos de Fogwill y un libro de José Pablo Feinmann que, más allá de sus pensamientos políticos, me parece un erudito y un gran filósofo.

¿Y vos escribiste alguna vez?
Hice poemas y algún cuento, pero no los mostré nunca. Me pidieron varias veces hacer un libro de mi vida con fotos. Quizás algún día me anime a escribirlo y a contar anécdotas.

Como la del día que conociste a Dalí y Coco Chanel. ¿Cómo fue eso?
Conocí a Dalí viajando con Fangio y mi marido. Estábamos comiendo los tres en un restaurante muy paquete y de pronto entró Dalí con Coco Chanel del brazo. Cuando Dalí lo vio a Fangio, empezó a gritar que era el hombre que más admiraba en el mundo. ¡Fangio ni siquiera sabía quién era Dalí! Finalmente se sentaron con nosotros y yo me quedé en silencio. Tenía puesto un sombrero y Coco me dijo que debía llevar siempre sombrero, porque tenía una cabeza perfecta para usarlos. Con Fangio también conocí a Grace Kelly porque lo habían invitado a cenar al palacio y él nos invitó a nosotros. Mi marido no quería ir, pero yo le insistí porque quería ver a Grace. ¡Caímos de colados y tuvieron que agregar los platos en la mesa!


CAER ES HUMANO
Sobre una biblioteca hay una foto en sepia de Graciela cuando era joven, con el pelo batido. Cuando empieza a posar para la fotógrafa, su mirada y su porte son los mismos que en aquel retrato. La magia se mantiene intacta.
En su juventud, la revista norteamericana Vogue la nombró una de las mujeres más lindas del mundo junto a Sophia Loren y otras. Aunque ella parece no hacerse cargo: “Estuve horas debajo de un ombú en el campo haciendo las fotos. Así cualquiera podía ser una de las mujeres más lindas del mundo. ¡Entre las mil fotos que me sacaron, una tenía que estar buena! Además, mi nombre no apareció. Me pusieron ‘Miss Juan Manuel Bordeu’”.
Enseguida, cuenta que anoche no durmió pensando en las fotos. Pero cuando posa, parece olvidarse de todo. Obedece a cada orden de la fotógrafa sin quejas: se sienta sobre el tronco de un árbol y el viento hace volar su vestido de Gino Bogani. Sus movimientos son suaves y lentos. Su elegancia se mezcla con lo salvaje de la naturaleza. Y, otra vez, vuelven sus películas.

A la hora de ser mamá, ¿tuviste que renunciar a algo?
Después de perder dos embarazos y hacer un tratamiento muy largo y difícil de transitar, en un viaje por Europa, quedé embarazada de Juan Cruz. No dudé un solo segundo de que era varón. Al poco tiempo que nació, hice un film. Empecé a filmar en forma más discontinua, pero seguí mi tarea. Según Freud, la infancia es el padre de la vida. Por eso, incluso después de separarnos, con Juan Manuel quisimos que nuestro hijo se criara con el afecto de ambos y fuimos padres muy presentes.

¿Y es cierto que a los nietos se les dan todos los gustos?
Con la otra abuela de María Jesús [su nieta de tres años], fuimos a un curso para abuelas y nos dijeron que teníamos que hacer lo que quisiéramos. No hay imposibles para las abuelas. Así que les avisamos a los padres que vamos a hacerle todos los mimos del mundo. Jesús es muy inteligente, adorable y brava.

Deben ser los genes…
Hace muchos años, un conocido que sabía leer las líneas de las manos me dijo que iba a tener una nieta que no iba a ser parecida a mí físicamente, pero que iba a tener mi misma energía y sentimientos. ¡Y es verdad que esta nena tiene muchas cosas mías!

¿No te peleás con el paso del tiempo?
No, lo acepto porque lo que veo me parece bueno. Una vez me dijeron que yo soy una de esas mujeres sin edad, y me gustó. Hay muchas personas que no tienen edad y otras que son viejas desde jóvenes. Es raro lo que pasa con el alma de la gente. Yo soy muy niña. Creo que eso es bueno para sobrevivir y también para actuar, porque mantenés siempre la capacidad de asombro.

“CONOCÍ A DALÍ VIAJANDO CON FANGIO Y MI MARIDO. ESTÁBAMOS COMIENDO LOS TRES EN UN RESTAURANTE MUY PAQUETE Y DE PRONTO ENTRÓ DALÍ CON COCO CHANEL DEL BRAZO. CUANDO DALÍ LO VIO A FANGIO, EMPEZÓ A GRITAR QUE ERA EL HOMBRE QUE MÁS ADMIRABA EN EL MUNDO”.

¿Y cómo se logra mantener siempre esa actitud juvenil?
No sé bien. Hace nueve años que no me hago ninguna cirugía profunda. Creo que eso da una frescura que otras personas no tienen poniéndose tantas cosas. Además, como saludable, hago gimnasia tres veces por semana, camino todos los días una hora, trato de fomentar los buenos pensamientos y medito desde hace 30 años. La meditación es una sanación. Tenía insomnio y, desde que medito, desapareció. La gente cree que es algo especial, pero sólo se trata de observar lo que entra en la cabeza y dejar pasar los pensamientos sin retenerlos, que es lo que solemos hacer.

¿Te sirvió también para conocerte más?
Más que autoconocerse, hay que quererse y tener piedad por uno mismo.

¿Sos exigente con vos misma?
Muchísimo y tengo que parar eso. Además, tengo un ego muy bajo. Mi maestro espiritual me pide que suba mi ego, porque también sirve para muchas cosas. Por ejemplo, cuando tenés un ego elevado y ves cosas que hacen los otros y te gustan, buscás la manera de generar eso mismo para tu vida. Pero como empecé de muy chica, no tengo sentimientos de competencia y adoro a mis compañeros.

¿Nunca sentiste envidia por un papel que le dieron a otra actriz?
Sí, es algo normal. Me pasó con Betibú: me había gustado el libro y finalmente le dieron el papel a Mercedes Morán. Lo primero que pensé fue que yo lo hubiera hecho muy bien. Después, la llamé para felicitarla y desearle lo mejor. No existe la envidia si la procesás.

¿No creés que el artista ya tiene un ego elevado por el solo hecho de estar pendiente de la mirada del otro?
Es importante el feedback, pero todo tiene que ser ligero y suave. A los premios no hay que darles más importancia de la que tienen. A veces, lo que parece un fracaso, termina siendo un éxito. Cuando se estrenó El dependiente, una película que hice con Leonardo Favio, no la vio nadie, y ahora está catalogada en Europa como uno de los veinte mejores films de todos los tiempos.

¿Todo es relativo?
Todo. Imaginate qué terrible sería creer que siempre hay que tener éxito. No suelo mirar de nuevo mis películas, pero a veces no me gusta cómo estuve. Hay que revisar el trabajo de uno mismo. A mí me aterra cuando un actor está espectacular en cuatro films seguidos. Caer un poco es humano.


DON DE FLUIR
Con más de 50 películas en su haber, Graciela trabajó con los directores y actores más talentosos del mundo. Además de los éxitos en cine, televisión y teatro, la actriz se permitió probar suerte en la conducción radial. En 1978 debutó en radio en Belgrano show, para pasar luego por diferentes programas en los que siempre impuso su voz y su personal estilo a la hora de hacer entrevistas.
Hoy, Graciela sigue imparable. Continúa con su programa de radio Una mujer, por Radio Nacional (que muchas veces graba en su casa), hace un espectáculo junto a Rita Cortese y tiene en carpeta tres proyectos de películas: entre ellas, la segunda parte de Dos hermanos y una de la mano del director Marcos Carnevale.

Fuiste una de las pocas actrices que participó en una película prohibida durante la democracia.
Eso fue una idiotez social de una señora. Era la película Kindergarten, de Jorge Polaco. Ganó nueve festivales internacionales y acá no se estrenó. Yo la hice porque me interesaba trabajar la toma secuencia, que son tomas muy largas, de cinco minutos, sin primeros planos. Cuando estábamos en Palermo filmando una escena con unos chicos tapados con hojas, pasó una señora y le pareció pornográfico. En realidad era una escena muy bucólica. El problema siempre está en la mirada.

¿Siempre estuviste en cosas transgresoras?
A esta altura de la vida y con las cosas que se ven, no sé si fueron tan transgresoras las que hice yo, pero me parece que sí y me gusta.

También hiciste teatro de revista, algo que muchas hubieran rechazado por pudores o prejuicios.
Y fue lo más me gustó hacer en el rubro de espectáculos. Justo se había muerto mi madre y cuando me lo propuso Nito Artaza, quise probar. Crearon un cuadro de veinte minutos con la historia de mi vida. Caía del techo una caja enorme de donde salían cámaras, maquilladoras, directores, de todo. Trabajé con gente a la que le tenía mucho cariño y había mucha camaradería. No sé cómo será ahora.

Otro de los ámbitos en los que incursionaste es la radio.
La radio es como ir a un psicoanalista que te abraza y te dice que va a estar todo bien en la vida y que vas a ser muy feliz. Es como estar charlando acá, entre nosotras: ni me acuerdo de que estoy grabando, estoy relajada y fluyo. La televisión a mí me descentra, en cambio en radio se crea un tiempo, una intimidad y una magia que no tienen otros medios. La radio es desmenuzadora de cabezas y de corazones.

¿No te gusta la televisión?
Todos son formatos distintos. La televisión es masiva y es el arte de la improvisación: todo hay que resolverlo rápidamente, y eso es muy atractivo. En cambio, el cine es más paciente, más elaborado, y hay que entrenarse en la problemática de la continuidad. En cine es muy difícil la continuidad para el actor porque a veces filmamos la última toma el segundo día de rodaje y hay que tener mucha concentración.

Después de tantos años de carrera, ¿el público argentino sigue siendo fervoroso?
El público me agradece por ver las cosas que hago, las mujeres sobre todo. Eso es sorprendente. Desde hace dos años tengo Twitter y escribo cosas del alma o cosas que me gustan, pero no lo que estoy haciendo en el día porque me da pudor. Sólo en dos ocasiones me escribieron alguna cosa más insultante. Yo les contesté bien, porque creo que si miramos al otro con piedad, empatía y afecto, la gente no es mala con uno. No conozco un ser humano terriblemente malo.

¿Alguna vez te apabulló la fama?
No, pero hay momentos en que siento que ya cumplí, que está bueno lo que hice. No sé si tengo tantas ganas de seguir mucho tiempo más. Aunque Raúl de la Torre me decía que yo nunca iba a dejar esto, que cuando me estuviese muriendo, rodeada de mi familia y mi gente querida, él iba a entrar por una puerta y me iba a decir: “Gra, cámara”. Y yo iba a volver a sonreír. ¿No es lindo?

“HAY MUCHAS PERSONAS QUE NO TIENEN EDAD Y OTRAS QUE SON VIEJAS DESDE JÓVENES. ES RARO LO QUE PASA CON EL ALMA DE LA GENTE. YO SOY MUY NIÑA. CREO QUE ESO ES BUENO PARA SOBREVIVIR”.

Fotos Nora Lezano