2015


Siendo apenas una niña, Carolina se enfrentó al gran dolor del abandono de su papá. Con 37 años, lo reencontró mientras manejaba el taxi en el que ella era pasajera y nada volvió a ser igual.

Hay días en la vida de una persona que significan un antes y un después. En el caso de Carolina Ortega (39) llegó en el 2013, cuando emprendió un viaje en taxi desde la puerta de su trabajo hasta el hogar de su infancia. Su historia es de esas en las que la realidad supera la ficción y que son imposibles de olvidar.
En plena jornada de trabajo, recibió un mensaje de texto que le avisaba que su mamá había sufrido un robo en la puerta de su casa. Desesperada, agarró sus cosas y salió a la calle. En la esquina de Mitre y Callao, tomó un taxi. Primero hizo una parada en su departamento para buscar ropa y dinero. Luego siguió el camino a Burzaco, el barrio de su infancia y en el que aún vivía su mamá.
Durante todo el trayecto, habló por teléfono con la comisaría, familiares y conocidos. No cruzó ni una palabra con el taxista. Aunque casi no había recibido instrucciones, él sabía perfectamente qué recorrido debía hacer. Recién unos minutos antes de llegar a destino, Carolina levantó la vista, miró por el espejo retrovisor y reconoció que el taxista era su papá, aquel que había desaparecido de su vida cuando tenía apenas siete años. Parecía de película, pero “me reencontré con mi papá en un taxi”, cuenta. Primero pensó que estaba loca, pero recordaba su cara perfectamente, y los datos en el cartel del conductor le confirmaron que estaba más despierta que nunca. “Lo primero que pensé fue en buscar una excusa para bajarme del taxi, quería escapar. Pero después me invadió una sensación física como si me sacaran una mochila de encima, una sensación de levedad. Decidí no decirle nada y preferí que las cosas fluyeran como lo estaban haciendo. Así que cuando llegamos, le pagué y se fue”, recuerda.
Después de ocuparse de su mamá, no se podía dormir y comenzó a escribir todo lo ocurrido en su cuenta de Twitter. Al día siguiente, su historia comenzó a aparecer en distintos medios. Gracias a eso la actual esposa de su papá se contactó con ella, y más tarde se enteró de que tiene dos medio hermanos a los que su padre también dejó de ver. “Ya tenía el teléfono de mi papá, pero no sabía qué hacer, hasta que un día lo llamé y le propuse encontrarnos. Cuando llegó al bar donde lo cité, me saludó como si el tiempo no hubiera pasado. Le pregunté algunas cosas y sobre todo escuché lo que él tenía para decir; y el círculo se empezó a cerrar”, afirma.

HUELLAS QUE MARCAN

Después de que sus padres se separaron, Carolina y su hermana dejaron de ver a su papá. Solo las visitó una vez y enseguida el contacto cesó: llamaban y no atendía, lo buscaban en su casa, pero nunca estaba; hasta que perdieron todo rastro.
Aunque tuvo figuras masculinas que la apoyaron y la acompañaron, como su abuelo y su tío maternos, asegura que esa sensación de desprotección durante su infancia se hizo permanente. “La figura del padre representa muchas cosas: la ley, el orden, los límites. Yo tuve que poner mis propias reglas, descubrir mis propios límites y aprender cómo me iba a mantener económicamente; porque mi mamá trabajaba, pero la plata no alcanzaba”, cuenta.
Así, desde los catorce años trabajó en distintos rubros, pero nunca desistió de estudiar, y aunque fue un gran esfuerzo se recibió de periodista y de licenciada en Ciencias Políticas. Sin embargo, la ausencia de su papá le dejó huellas importantes con las que aún debe lidiar: “Me costó mucho confiar a la hora de formar una pareja y una familia, tuve el síndrome de mujer maravilla (creer que soy autosuficiente y que no necesito ayuda) y otras cosas que con terapia y mucho amor de los seres queridos trato de trabajar todos los días”, dice con una sonrisa.

RECONCILIARSE CON EL PASADO

Después de 30 años y de pasar por muchas penas, sin buscarlo apareció su papá. “Algunas personas dirán que fue Dios, el destino o casualidad, pero yo creo que esto pasó porque estaba lista para recibirlo. Cuanto más tratemos de sanar las historias familiares más felices vamos aser”, asegura.
Y así sucedió con ella. El reencuentro le sirvió para frenar y preguntarse si todo lo que estaba haciendo era lo que quería para su vida. Entonces, Carolina renunció a su trabajo para poder estar más en contacto con la familia y los afectos. Además, dejó de trabajar en relación de dependencia y el año pasado se animó a crear su propio proyecto.
“En este tiempo aprendí muchas cosas, sobre todo la importancia de reconciliarme con mi propia historia. No hay que esconder bajo la alfombra los dolores o las ausencias, porque por todo eso somos como somos. Aceptarlo es tranquilizador y liberador. Tampoco hay que echarse culpas ni abrazarse a la mochila de lo negativo. Sufrí el abandono de mi papá, pero eso me dio otras fortalezas, como aprender a seguir adelante y a remarla para poder superarme y avanzar” rescata.
Hoy, se siente en constante cambio y crecimiento. Asegura que se acepta como es y se juzga menos. Encontró su compañero de vida y junto a los hijos de él formó una familia. Además, mantiene contacto con su padre, con el que de a poco está construyendo un vínculo y descubriendo qué cosas de él reconoce en ella.