“No todo anillo es una joya, pero el sobre con la estampilla y la carta que te mandó alguna vez tu abuela puede serlo”

Mercedes Lestourneaud tiene su corazón puesto en el mundo de las antigüedades desde que era apenas una niña. Los invitamos a conocer su historia y su taller-gabinete, Joya, entre piezas únicas y artesanales de joyería y prendas de otras épocas. Desde hace unos meses el mundo nos puso freno de mano. En Tigre, en pleno Boulevard Sáenz Peña, el taller donde Mercedes Lestourneaud despliega la magia de sus manos de joyera y su buen gusto, espera abrir nuevamente las puertas para que todos vuelvan a disfrutar de un pequeño viaje al pasado.




Sin embargo, una pantalla de computadora no impide que se refleje aquello mismo que Mechi (como la llaman) irradia en su espacio: calidez, sencillez y una claridad absoluta en sus palabras y pensamientos. El encuentro por Zoom permite conocer alguna de sus “joyas” personales: sus gatos y su perro, la blusa de su tía bisabuela junto con una foto de ella y una pequeña caja de madera tallada donde guarda prendedores, pulseras y otras pocas piezas más que muestra cual niña con sus máximos tesoros.

Mechi tuvo muchas influencias en su vida, pero de las buenas, de esas que dejan huella, que nutren y forman. Durante su infancia pasó mucho tiempo en la fábrica de anteojos de su abuelo donde todo se realizaba a mano. Allí tuvo su primer contacto con herramientas muy similares a las que usa hoy en día como joyera. Además, su papá se dedicaba a la perfumería y entre ambos oficios encontraba como similitud la búsqueda de lo bello.




Los primeros conocimientos sobre las antigüedades también llegaron de la mano de su abuelo, ya que las coleccionaba. Las joyas las descubrió con su abuela: siempre quería ver las suyas y usarlas (incluso algunas las había diseñado su abuelo). Y a los once años sin saberlo comenzó su colección de prendas antiguas cuando le pidió a su tía bisabuela una blusa de seda que todavía conserva. “En vez de ponerme la calza con el remerón a las rodillas que se usaban en esa época, yo me vestía con la blusa calada, un prendedor y las joyas de mi abuela. ¡Mi mamá se volvía loca!”, recuerda entre risas.

Como si fuera poco, a los diecisiete años conoció los talleres de Belgiorno, una de las mejores joyerías del país, gracias a su primo que ingresó a trabajar como joyero. “Ahí aprendí los procesos de las piezas, pero nunca pensé en la joyería como un oficio, porque me parecía muy complejo y creía que no podría hacerlo”, cuenta.




Apenas unos años más tarde, la vida la pone nuevamente frente a las antigüedades. El padre de su primer novio era el dueño de la casa de remates de antigüedades más conocida de Argentina. Comenzó a trabajar ayudando en los remates y aprendió mucho con el recambio semanal de mercadería escuchando a los mayores, a los que llama “conocedores”.

Al mismo tiempo, de a poco tomó valor y finalmente se animó a dar los primeros pasos en el oficio de la joyería y luego con la restauración de piezas. Su primo y un joyero de setenta y cuatro años, al que siempre observa trabajar en su taller de Caballito, son sus grandes referentes en el camino que emprendió hace ya diez años.




“Todos estos oficios me revelaron el valor de escuchar a los que saben y del trabajo manual (y lo poco reconocido que es). Por eso no me considero una joyera, sino una artesana. El hacer con las manos es lo que me define”, asegura con la misma pasión que sostiene durante toda la charla.




Hoy, Joya es su taller, su gabinete y su tienda desde donde crea joyas contemporáneas y réplicas de joyas antiguas totalmente a mano pieza por pieza, y donde realiza una selección exquisita de prendas y algunos objetos vintage y antiguos.

¿Qué es para vos una verdadera joya?

La definición del diccionario de la Real Academia Española dice que joya es una pieza conformada por metales y piedras preciosas. Sin embargo, en la segunda acepción dice que es una persona de gran valía. También me gusta la definición del escritor Oscar Wilde: joya es “una cosa bella”, y agrega que son bienaventurados aquellos que en una cosa bella ven solamente una cosa bella. No todo anillo es una joya, pero el sobre con la estampilla y la carta que te mandó alguna vez tu abuela puede serlo. Yo voy por la vida con esa mentalidad: juntando joyas, que no es más que juntar momentos, porque no tiene que ver con el valor material. 

¿Entonces una joya y la belleza están íntimamente ligadas?

La belleza es algo totalmente subjetivo y siempre busco aprender sobre ella. Tengo un cuaderno lleno de anotaciones sobre distintas concepciones de la belleza. Por ejemplo, hay tratados de belleza y ética. Para muchos pensadores no puede haber belleza si no hay bien, es decir, si una persona no es ética. Si me preguntás a mí, no hay nada más bello que la naturaleza. Mi mamá y mi abuelo fueron estudiantes de botánica y me enseñaron a observarla y apreciarla. El ser humano no hizo nada que pueda superar a la naturaleza. Por eso siento que el trabajo con las manos de alguna manera me pone en contacto con la búsqueda constante de la belleza. 

¿En qué te inspirás para hacer tus joyas?

Parece sencillo de responder, pero no lo es. Puedo decir qué no me inspira: la moda. No caigo en lo que funciona y en los recursos de moda. Es muy tentador y fácil seguir los patrones, pero quedás atrapado en eso y olvidás tu identidad. Hay que romper el miedo a la necesidad de pertenencia que se le impuso al ser humano. Si no estoy de moda no me inquieta. Apunto a que dentro de treinta años alguien todavía guarde en una cajita una de mis piezas o que pasen de una mano a otra. Me inspira mucho la época victoriana y eduardiana; y todo lo que sea hecho a mano. Mi romance con lo antiguo pasa por la relación de su elaboración a mano.

¿Qué te atrae en particular de esas épocas?

En su mayoría mis piezas son réplicas eduardianas o victorianas que superan los 100 años. Me vuelve loca la joyería de catálogo de fines del 1800 a 1920-1930 de las tiendas donde también se podía comprar ropa u objetos para la casa. No hablo de las grandes joyas sino de la chuchería de esos años con líneas y lenguaje simple: pequeños dijes, cadenas para relojes, relicarios, lockets.



Muchas veces acompañás tus piezas con citas de escritores muy conocidos.

Sí, hay citas de Baudelaire, de Wilde y de Cocteau que inspiraron algunas de mis piezas. Por ejemplo, tengo una pieza que es una rosa inspirada en un poema de Alejandra Pizarnik que dice: “La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”. Volvemos a la naturaleza: nada me impacta más que la belleza de una rosa y el misterio que habita en un pimpollo. Sin embargo, tampoco me apego a los significados, a las bajadas de línea o al concepto de amuleto para mis piezas. El cliente es el que decide qué significan para él y para qué las quiere.

Aunque no lo menciones mucho, tu trabajo con las joyas es sustentable.

Sí, porque por un lado compro piezas sueltas como un llavero de plata roto y lo mando a fundir; por otro las fornituras (las partes que conforman una pieza como alambres, cadenas, chapa) y las piedras. Para eso busco mucho recorriendo los mercados y ferias de Buenos Aires, y también algunos lugares extranjeros como los anticuarios de Florencia, las ferias de Roma, el mercado de antigüedades de París, la feria Tristán Narvaja en Uruguay; y en Santiago de Chile y en el sur chileno siempre consigo piedras bellísimas. 

¿Hiciste algún descubrimiento raro en esas recorridas? 

Tengo una historia penosamente graciosa. En una tienda vintage en Florencia (Italia) que se dedicaba más bien a la ropa, encontré en latón antiguo una muñeca del 1900 llamada Kiupi. La compré pero no entendía por qué en la cabeza tenía como una especie de poroto. Días más tarde decidí sacarle ese poroto con una pinza y saltó para cualquier lado. Meses después me compré un libro sobre coleccionismo de pequeños dijes desde fines del 1800 hasta la actualidad. En la tapa del libro estaba la muñeca Kiupi con el poroto que resultó ser una cabecita de ébano tallada a mano y descubrí que esos muñecos se regalaban en la primera guerra mundial como amuleto de buena suerte. ¡Era una pieza original y no lo sabía! Di vuelta el taller pero nunca apareció el ébano y guardé como una joya la Kiupi. 

¿Qué debe tener una pieza para que te quedes con ella?

No podría trabajar de esto si no fuera desprendida, pero me quedo con las piezas que tienen un significado muy particular para mí, en las que encuentro magia y algo que me enamora. Otro ejemplo es el de una pulsera que encontré en la feria Tristán Narvaja en Uruguay (una de mis preferidas) en un canastito que decía “plata” y tenía chucherías. La compré con la intención de fundirla y al final del día cuando la miré bien me di cuenta de que estaba sellada adentro y que tenía labrados dibujos muy antiguos del ratón Mickey. Era una pulsera hecha por Disney en los años 30 para su línea de joyas, de las cuales quedan muy pocas y sale mucho más cara de lo que la pagué. Con las antigüedades hay que tener los ojos siempre abiertos. Si buscás lo que está de moda es obvio que te va a salir caro, en cambio si mirás lo que está en oferta o lo que no se vende, seguro acertás. 

Por otro lado, en Joya también te dedicas a la selección y venta de prendas antiguas, ¿cómo surgió eso?

Con las prendas hay un sentimiento de validación, respeto y reverencia a las mujeres que las realizaban a mano y quizá no lo hacían por decisión propia sino porque las obligaban a bordar o a hacer su ajuar mientras ellas deseaban otra cosa. Por eso, para mí estas prendas no tienen tanto valor por su estética sino mucho más por este motivo y porque son trabajos únicos hechos a mano.

¿Tenés algún criterio en la búsqueda de las prendas?

Me encanta la enagua blanca de lino puro de principios de siglo y el camisón de manga larga de convento me parece la prenda más exquisita que se haya hecho pensada desde la practicidad con un género noble. La paleta de colores de estas prendas es muy neutra porque no están teñidas o fueron teñidas de manera natural. Se está haciendo cada vez más difícil conseguir estas prendas, porque el género se deteriora debido al mal cuidado y al apresto que dejaba manchas amarillas o hacía que se quebraran en los dobleces. Las prendas antiguas se tienen que guardar en un lugar seco y oscuro, y en lo posible en papel o bolsas de tela azul oscuro.

¿Creés que en Europa hay más conciencia respecto a las antigüedades que en nuestro país?

Absolutamente, se las respeta de otra manera. Lo lógico sería que a gran cantidad de mercado, el valor del producto bajara; sin embargo allá abundan los objetos y prendas antiguas y son muy costosas. Acá hay mucho menos y sale más barato que en Europa, porque no le damos el valor cultural que tienen ni el verdadero respeto al trabajo manual. Aunque hay muchos más anticuarios y locales vintage que antes, todavía sigue siendo una moda. Aún no llegó a instalarse como algo cultural y con el significado de atesoramiento

¿Qué valor tiene hoy el reutilizar?

¡Todo! Creo que todavía no tenemos conciencia de lo que significa no hacerlo, del resultado que provocamos: una enorme cantidad de basura. Respecto a la ropa, volvería a la antigua idea de vivir más uniformados. Nos hicieron creer que somos lo que nos ponemos y no es así. Además, con la ropa terminamos siguiendo modas y al final queremos ser distintos llevando puesto todos lo mismo.

Entonces, ¿todo tiempo pasado fue mejor?

No, pero por un solo motivo: porque no había tantas mujeres joyeras ni periodistas. Lo que sí rescato es que no existía la vorágine y la locura por el consumismo que vemos hoy.

¿Lo que hacés es un trabajo o una elección de vida? 

Podría trabajar de cualquier otra cosa e igual saldría de feria y usaría ropa antigua, porque esto soy yo. Por eso no lo considero como un trabajo sino más bien como una forma de ver el mundo. Todo aquello que somos no podemos evitarlo ni taparlo, porque de alguna manera siempre lo filtramos.